Ástor Piazzolla, el provocador del tango
El músico y compositor fue duramente criticado por sus innovaciones en el tango. Sin embargo, el tiempo le dio la razón y, a cien años de su nacimiento, se lo recuerda como uno de los grandes músicos del siglo XX.
Ástor Piazzolla es considerado hoy uno de los grandes músicos del siglo XX por su trabajo como bandoneonista y compositor de tangos, pero como muchos genios y personajes revolucionarios, durante mucho tiempo fue un incomprendido por sus pares.
Había nacido en Mar del Plata hace cien años, el 11 de marzo de 1921, y pasó gran parte de su infancia en Nueva York, Estados Unidos, junto a su padres, Vicente Piazzolla y Asunta Manetti. Y para que no estuviera lejos de sus raíces y explotara su pasión por la música, cuando cumplió ocho le regalaron su primer bandoneón. Sin embargo, al no ser un instrumento muy popular en aquel país, no le quedó otra más que estudiar por su cuenta. “Era inútil pretender encontrar a orillas del Hudson un maestro de bandoneón y el pibe, por su cuenta, se dedicó a persuadir a los botones a que entregaran a sus dedos todos sus secretos ¿No se cuenta por ahí que Blaise Pascal se inventó él solito la geometría?”, contó en una entrevista con el diario Noticias Gráficas en 1947.
En su breve regreso a la Argentina, a los once años, tuvo la oportunidad de estudiar con los hermanos Libero y Homero Paolini. Y en Estados Unidos aprendió a tocar el piano con distintos maestros que lograron potenciar su talento e interiorizarlo en distintos géneros musicales.
Así, el joven Piazzolla de a poco fue dejando de lado la escuela y las demás obligaciones que no estaban relacionadas con su pasión, para dedicarle largas horas a sus instrumentos. Estaba decidido a seguir un camino en el mundo de la música y en 1932 hizo su debut en un pequeño teatro de la calle 42 con un tango que él mismo compuso y llamó “Paso a paso hacia la 42”, pero que su padre rebautizó como “La Catinga”.
Motivado por su admiración a los grandes tangueros como el maestro Osvaldo Pugliese, Agustín Bardi y Elvino Vardano, entre tantos otros exponentes de la época, en 1934 no lo dudó y se acercó a Carlos Gardel en una de las visitas del “Zorzal criollo” a Manhattan.
A pesar de la diferencia de edad, la química surgió de inmediato. Y a Gardel le cayó tan bien “el pibe”, que lo invitó a participar del rodaje de “El día que me quieras” como “canillita”. Maravillado por el talento de su joven amigo, “El morocho del Abasto” le propuso que lo acompañe en la ambiciosa gira por América Latina, pero ni Don Vicente, ni el sindicato vieron con buenos ojos la invitación, ya que Ástor tenía solo 14 años.
Meses más tarde, Piazzolla descubriría que la negativa de su padre le había salvado la vida, ya que en uno de esos viajes con los que había soñado, Gardel y toda su banda perdieron en la vida en un accidente aéreo. “¿Te acordás que me mandaste dos telegramas para que me uniera a ustedes con mi bandoneón? Era la primavera del 35 y yo cumplía 14 años. Los viejos no me dieron permiso y el sindicato tampoco. Charlie, ¡me salvé! En vez de tocar el bandoneón estaría tocando el arpa”, escribió años más tarde y siempre tuvo presente a su amigo como una fuente de inspiración.
El gran salto en su carrera profesional lo dio con Quinteto Azul, luego tocó junto a Francisco Lauro y Gabriel Clausi, hasta que Aníbal Troilo lo invitó a sumarse a uno de sus conjuntos como bandoneonista y arreglador. Luego de varios años a su lado, el “Gato” -como lo apodó “Pichuco”- decidió abrirse camino al lado de Francisco Fiorentino, quien le dio un lugar destacado en cada presentación con “la orquesta de Ástor Piazzolla”.
Con Fiorentino Grabó veintidós canciones y dos instrumentales, entre los que se destacan “En las noches” y “Noches largas”. Y a mediados de la década del 40 trabajó para el sello Odeón junto a Aldo Campoamor, Fontón Luna y Héctor Insúa. Para mediados de siglo, Piazzolla contaba con una trayectoria digna de envidiar y trabajaba para los formaciones más destacadas como orquestador y arreglador. No se limitaba a lo más tradicional del género, sino que siempre buscaba la forma de superarse, innovando, alimentando su amor por el 2x4 con las influencias musicales que había recibido a lo largo de su vida, sus viajes y sus maestros.
Y en esa época en la que el tango más conservador, el de la "Guardia vieja" estaba presente, Ástor se animó a la fusión con el jazz, razón por la que muchos lo señalaban como un destructor del género. “Sí, es cierto, soy un enemigo del tango; pero del tango como ellos lo entienden. Ellos siguen creyendo en el compadrito, yo no. Creen en el farolito, yo no. Si todo ha cambiado, también debe cambiar la música de Buenos Aires. Somos muchos los que queremos cambiar el tango, pero estos señores que me atacan no lo entienden ni lo van a entender jamás. Yo voy a seguir adelante, a pesar de ellos”, dijo en una entrevista con la revista Antena, sobre las críticas que recibía y calificó a sus creaciones como “música contemporánea de Buenos Aires”.
La resistencia hacia su música no hizo más que impulsarlo a seguir el camino de la provocación, confiado en que su trabajo lo llevaría a buen puerto. Y así fue. En 1959, mientras estaba en Puerto Rico, donde se presentó con Juan Carlos Copes y María Nieves, le avisaron que Vicente “Nonino” Piazzolla, su padre, había fallecido. Y para despedirlo, compuso su obra más notable: “Adiós, Nonino”. “El tango número uno es 'Adiós Nonino'. Me propuse mil veces hacer uno superior y no pude”, confesaría años más tarde.
Finalmente en la década del 60 le llegó la consagración y el reconocimiento que siempre había esperado por su trabajo con su orquesta y como compositor de música de películas. Creó obras con letras de Ernesto Sábato y Jorge Luis Borges y en 1969 junto al poeta Horacio Ferrer compuso “Balada para un loco”. Se presentó en el Teatro Colón y conoció los escenarios más importantes del mundo gracias a “Summit”, el disco que grabó con Gerry Mulligan y “Libertango”, acompañado por una orquesta de músicos italianos.
Armó y desarmó decenas de agrupaciones, pero su nombre era un sello por sí mismo, un signo de calidad, exigencia y revolución. Nunca dejó de componer ni de buscar la forma de superarse, pero en 1990 su carrera terminó abruptamente luego de que sufriera una trombosis cerebral en París, de la que nunca pudo recuperarse. Murió el 4 de julio de 1992, a los 71 años, en Buenos Aires y sus restos fueron enterrados en el cementerio Jardín de Paz de Pilar. “Tengo una ilusión: que mi obra se escuche en el 2020. Y en el 3000 también. A veces estoy seguro, porque la música que hago es diferente. Porque en 1955 empezó a morir un tipo de tango para que naciera otro, y en la partida de nacimiento está mi Octeto Buenos Aires”, manifestó en una entrevista, como si supiera que a cien años de su nacimiento, su legado sigue vigente.