Alejandra Pizarnik, la gran maldita de la historia de la literatura argentina
La Biblioteca Nacional mantiene abierta hasta abril una muestra de homenaje al mundo íntimo de la excepcional poeta, que se suicidó hace poco más de medio siglo.
Una vida corta y atormentada, una muerte trágica por sobredosis por propia decisión, una obra hermética y conmovedora que tendría en el futuro mucho más devotos que en su momento: la figura de la poeta argentina Alejandra Pizarnik parece salida de una novela gótica que nunca nadie escribió.
El culto actual que rodea a Pizarnik no está cruzado por la oscuridad que signó su vida, sino más bien por el deseo de muchísimos lectores de que existan formas de justicia poética, que en este caso posibilitarían que una obra que su época casi que desconoció encuentre en el presente su verdadero sentido.
Sus textos pueden ser impactantes, y devastadores, aún a la distancia: “Yo no sé de pájaros, /no conozco la historia del fuego. /Pero creo que mi soledad debería tener alas”, definió en La carencia. “Explicar con palabras de este mundo/ que partió de mí un barco llevándome”, escribió en un corto poema sin nombre.
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"Aún no es ahora/ahora es nunca /aún no es ahora /ahora y siempre /es nunca", esbozó cuando tenía 20 años, en unas líneas que Gustavo Cerati citó en su tema “Ahora es nunca”, que dice: “Apagar las estrellas y extinguir el sol / es el capricho del ocaso / al caer la noche, tomaré el avión / si la duda es el pasado./ Ahora es nunca, todo es nada / si no descanso en tu mirada”.
Aunque parezca exótico hoy, durante muchos años, sobre todo los primeros veinte después de su muerte, Pizarnik fue más respetada en los círculos más heterodoxos, acaso por los aspectos más fúnebres de su figura, qué por los catedráticos, que tardaron más tiempo del usual para darse cuenta de aquella genialidad evidente.
El mejor homenaje oficial a la escritora que admiraban en su tiempo otros grandes, entre ellos Julio Cortázar y Octavio Paz, puede encontrarse hoy en la Biblioteca Nacional, donde hasta abril está abierta una muestra que posibilita una inmersión en su mundo privado, lleno de códigos.
La muestra, que fue inaugurada después de haberse cumplido 50 años del suicidio, permite una especie de paseo por el mundo íntimo de la autora, aquel laboratorio de ideas salvajes que conforman su máquina de escribir, sus manuscritos, sus libros subrayados y anotados, sus cartas y dibujos.
La exposición fue pensada para poner al alcance del público el material que forma parte del “Fondo Alejandra Pizarnik”, originado en 2007 por la adquisición de 650 libros de la colección personal de la poeta, que gestionó el entonces director de la Biblioteca Nacional, Horacio González.
Ese patrimonio se incrementó luego con la suma de otros 122 ejemplares y una importante cantidad de archivos donados por Myriam Pizarnik de Nesis, hermana mayor de la poeta, a los que esta exposición agregó préstamos de colecciones públicas y privadas.
Pizarnik, que vivió apenas 36 años, era hija de inmigrantes judíos ucranianos, estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y pintura con el surrealista español Juan Battle Planes, para luego radicarse durante cuatro años en París, donde llevó adelante una vida de bohemia, literatura y aprendizajes.
Había publicado sus primeros libros en los 50 pero fue luego de Árbol de Diana (1962), Los trabajos y las noches (1965) y Extracción de la piedra de locura (1968), que definió su estilo, que combinaba búsquedas estéticas muy complejas, hermetismos con libertades, autonomías con dependencias, delirios con rigores.
“Cuando Alejandra se suicidó con una sobredosis de seconal (tomó 50 comprimidos) en su departamento porteño de la calle Montevideo, dejó para la posteridad una de las obras más insólitas de la literatura latinoamericana”, escribió el crítico y traductor Patricio Ferrari en un texto publicado en The Paris Review.
Los temas centrales de su obra, apunta Ferrari, fueron “la limitación del lenguaje, el silencio, el cuerpo, la noche, la naturaleza de la intimidad, la locura, la muerte”, en una vida en que sus complejos infantiles (la gordura, la fealdad, el acné, la extranjería, la comparación con su hermana mayor) dominaron su psiquis adulta y la empujaron a varios intentos de suicidio.
De hecho, su muerte por una dosis brutal de psicotrópicos con los que había experimentado durante años se produjo un fin de semana en que había obtenido un permiso de un centro de rehabilitación psiquiátrica, en que estaba internada desde varios meses antes por una decisión de su familia.
A los 23 años, cuando habitaba aún la casa de sus padres, había escrito en un diario íntimo: “Quisiera vivir para escribir. No pensar en otra cosa que no sea escribir. No busco amor ni dinero. No quiero pensar ni hacer decentemente mi vida. Quiero paz: leer, estudiar, ganar algo de dinero para independizarme de mi familia y escribir”.
Una muestra a la altura de su obra
La importancia de la muestra en la Biblioteca Nacional es que el público tiene acceso a los originales de sus poemas, distintas versiones corregidas a mano y pasadas en limpio, notas personales, recortes de prensa, “papeles que ella misma clasificaba, contribuyendo activamente en la construcción de su imagen autoral", destacó la curadora Evelyn Galiazo, curadora.
"Leer, subrayar, copiar, reescribir son los pasos del método que encontró para habitar la sinuosa frontera entre lectura y escritura, su manera de lidiar con la angustia de las influencias y con el miedo paralizante a la página en blanco", apunta Galiazo respecto a sus anotaciones en los libros que ahora el público puede conocer.
Para mostrar una faceta menos conocida se incluyen reproducciones de los dibujos y collages conservados en la Biblioteca de la Universidad de Princeton ya que "la exposición intenta plasmar la plasticidad de la escritura pizarnikiana, que convoca al dibujo y al collage como declaración de principios poéticos", agrega Galiazo.
El poeta y agitador cultural Fernando Noy, que fue su amigo durante los años finales sostiene que Alejandra, muy lejos de la imagen trágica que habitualmente se le adjudica, era en realidad “como un niño andrógino perdido en el bosque, jugaba sin cesar en medio de esa vida que había catalogado como "un transcurrir de fiesta delirante".
“Podíamos pasar dos o tres noches sin dormir, ella arremetiendo con diversos textos que a la vez escribía finalmente refugiada por completo en el lenguaje”, escribió Noy. “Medio siglo no es nada", dijo luego en una entrevista.
“Alejandra para mí es futuro, es mañana”, sostiene Noy. “Su poesía siempre está brotando y rebrotando. Es cada vez más, más, ¡más! impresionante ese poder. Ella está más viva que nunca ahí donde una poeta tiene que vivir: en la memoria de sus lectores. Renace cada día. Yo creo que Alejandra mató la idea de la muerte”,
La muestra “Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra” permanecerá abierta al público hasta el 30 de abril de 2023, de lunes a viernes de 9 a 21 y sábados y domingos de 12 a 19, en Agüero 2502, CABA, con entrada libre y gratuita.