Por Oscar González Oro (*)

Hace unos dias, no mas de siete, recibí un WhatsApp que decia: "Negrito... llegó a este mundo Francisco a las 4 am de hoy, los 'papis' estamos muy felices".

Me lo enviaba uno de mis médicos el que se ha transformado en un querido amigo. Y me alegré por supuesto y lo felicité y lo llamé.

Es médico cardiólogo. A los pocos días le pido a mi producción que lo saque al aire. Una nota más para averiguar cómo se hace con un bebe que ya nació en aislamiento.

Y me sorprendió y me conmovió la respuesta: "Desde que nació Francisco nunca lo pude tocar, nunca lo pude besar, no lo pude tener en brazos, tengo que estar lejos de él"....... y me quebré.

Todos los neonatólogos del mundo me han dicho siempre que el recién nacido necesita el contacto con sus padres, oler a la mamá, sentir la piel de ambos, es su primer contacto con la vida fuera del vientre de la madre.

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¿Un nuevo mundo?

Y me pregunté ese mismo día que secuelas quedan después de haber nacido en esas condiciones, sin contacto con el humano, con el otro, con el que lo ama.

Sin recibir un solo beso o un abrazo. Y me imaginé un mundo sin abrazos, sin contacto de piel con piel, sin besos, sin cercanía de uno para con el otro. Me dieron ganas de abrazar a mis hijos que están lejos. Y aunque si estuvieran cerca seguramente tampoco lo podría hacer.

¿Cómo será el mundo después de todo esto?. Habrá un antes o después de la pandemia que azota al mundo entero.

¿Será más igualitario? ¿Habrá menos diferencias entre los unos y los otros? ¿Será mejor el que mas ‘ES’ y no el que más ‘TIENE’?.

¿Un mundo con más arte que economía? Un mundo donde aparezcan más Borges, más Beethoven, más Proust, más Viktor Frankl que sobrevivió a un campo de concentración y desde ese lugar creó la escuela de Logoterapia. Logo sentido. Donde él mismo se pregunta cuál es el sentido de la vida. Y en verdad no sé cuál es en este nuevo mundo.

Parecería que es necesario que un virus, del cual no sabíamos ni sabemos nada, nos haga tomar conciencia que en el fondo somos todos iguales. El virus nos igualó de un cachetazo, de una trompada en la cara. Ataca al rico igual que al pobre. Al poderoso y al débil, al soberbio y al humilde, al que es buena gente y al que no lo es. Al primer ministro y al cartonero. A uno de los más grandes tenores de la historia y al mudo. Nos igualó. Y en fondo pienso que no está mal. Nos equiparó. Nos guste o no nos guste.

La vida no es un ensayo general donde todavía puedo corregir luces, vestuario, música... no. No puedo cambiar nada. Ya está. Ya está la sala llena. La gente ya llegó y nos va a juzgar. Nos va a aplaudir y nos va a abuchear.

Ojalá las generaciones que nos suceden tengan ese mundo nuevo, donde imperen los valores, la solidaridad real, donde el dinero tenga fecha de vencimiento, donde empiece de una vez por todas la ‘REVOLUCIÓN DE LA ESPERANZA’.

Pero no para unos pocos, que esa revolución sea para todos. San Juan dijo en su momento que no creía en la gente que ama a Dios al que no ve y no ama al prójimo, al próximo al que si ve.

Somos el otro también y nos olvidamos en los últimos tiempos. Hicimos una enorme fiesta y llego la factura de todo lo que alquilamos para satisfacer nuestra vanidad y nuestra soberbia. Se acabo. El sol nos dice que ha llegado el final.

Seguramente tendremos que empezar de nuevo. Ojalá lo hagamos mejor.

(*) Oscar González Oro conduce el programa Tarde pero Temprano por radio Rivadavia, de lunes a viernes de 14 a 17 horas.